miércoles, 26 de enero de 2011

Tiempo...........

Ya ha salido el sol y a penas acabas de entrar en casa. No luce como ayer, y, sin embargo, nada ha cambiado. Te sumerges somnoliento bajo el agua tibia de la ducha, como cada mañana. El espejo no conoce piedad, ni subterfugios, la imagen es cruel y realista, no deja nada a la imaginación. Un rostro golpeado por un trabajo nocturno, atrapado en una rutina desquiciante, en una celda de acero; Aferrándose a un matrimonio inerte, con una mujer alienada en un mundo, en el que, el, poco tiene ya que ver. Tan solo unas pocas horas, comparten la misma cama, generalmente en silencio, rara vez cruzan más de tres palabras, sin vocearse. Sus hijos, ya mayores, abandonaron el nido, hace ya, algunas primaveras, haciendo de la casa, su propio infierno de hielo.


Cada tarde, al llegar las 9 de la noche, conduce unos 30 km, dirección Astorga, hasta el peaje situado en una de las salidas de la autopista, como siempre, llega un cuarto de hora antes, tiempo más que suficiente para tomar un cortadito y fumar un cigarro, arropado por el viejo brasero, situado a la puerta de la cafetería “la carretera”.  Emplazada a pocos metros de su lugar de trabajo, en una de esas frias y deshumanizadas, casi siempre desiertas, áreas de descanso. Resignado, se enclaustra en su cubículo, sabe que es un empleo sin futuro, pero el único futuro en el que puede pensar, es, esa irrisoria jubilación de unos 500 euros al mes, que en pocos años le quedara.
 No sabe, que le da más miedo, si no tener, una ocupación que le de esa falsa sensación de utilidad o el hecho de pasar más tiempo con su esposa. Definitivamente tenía que buscarse un hobby, siempre había querido aprender a trabajar el cuero y la madera, aunque nunca había comprobado si quiera, si tendría alguna cualidad para ello, pero, ¡qué coño!, porque no, y ya puestos, que le impedía marcharse unos días….
Poco a poco se estaba dando cuenta, no era feliz. Lo cual lo sumergía, cada vez con más frecuencia, en un estado de retrospección, de aislamiento, buscando en su interior el camino que le condujera, a su propia utopía informe.
Deambulando por calles que le gritan recuerdos. Una rutina insípida, que le dejaba cada noche, antes de acostarse, un amargo sabor en la boca, como cuando comes pipas, y sin darte cuenta, se te escapa una que estaba rancia, y aunque comas media docena de las más sabrosas, no consigues quitarte esa sensación. Como cada semana que le tocaba turno de noche, siempre daba su pequeño paseo junto a un simpático bóxer, marrón claro, con una corbatita blanca que serpenteaba desde el hocico, apodado Argo, caminaban rio arriba, en dirección al emblemático edificio camaleónico, que había sido a lo largo de la historia, la cárcel de la ciudad, o algo tan carismático como la sede la orden de Santiago, y en la actualidad, parador nacional, San Marcos.


El sonido del agua siempre le había fascinado, le relajaba y le ayudaba a poner en orden sus pensamientos después de toda una noche de trabajo. Cuando Argo era pequeño, siempre bajaba algún juguete, y se divertían, ambos han envejecido y lo saben, saben que ese paseo de complicidad, de respeto y silencio es la prueba inequívoca del tiempo que han pasado juntos. Tiempo, concepto imprescindible hoy en día, bajo su yugo estamos; intercambiando horas por dinero, que nos permita satisfacer las necesidades, que los medios de comunicación y las sociedad nos venden, como porciones individuales de una felicidad insustancial. Como hormiguitas acristaladas en cuchitriles, 8 horas trabajando, otras 8 durmiendo y el resto consumiendo, hasta que la vida te consuma a ti.  


                                                                                                          Hecate

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