sábado, 12 de marzo de 2011

MARTÍN

Vas, vienes, viajas.
Coges trenes, autobuses, aviones o la bicicleta.
Pero te mueves.
Viajas, vienes, vas.
Vuela bajo ti el asfalto ardiendo.
Cuando quieres detenerte, la inercia te empuja a seguir hacia delante.

Martin cuenta los segundos que quedan para coger este autobús. Esta será la última vez que vea León. Le quedará la imagen de la imponente catedral asomando sus agujas por encima de los edificios, de las luces de los coches en las rotondas, y esas calles estrechas y empedradas.
Por las noches, las ciudades transforman sus calles dando cobijo a transeúntes y a mochileros, que como él, deciden viajar en el frescor de la oscuridad.
A veces, piensa Martín, no estaría mal llevarse en un tarro un poco de cada ciudad. Y en una estantería de casa colocarlos todos en fila, debidamente etiquetados. Y cuando eches de menos alguna, abrir simplemente el tarro y aspirar ese cachito de ciudad.



A veces, cree Martín, se deja cachos de su cuerpo en las ciudades por las que ha pasado. No sé, una pierna a la que le gustó mucho Montmaitre en Paris, se agarró a una farola y ahora pasea por las calles de ese pintoresco barrio. O su nariz, que decidió que le gustaba el olor del zoco, y nunca más volvió. Martín sigue entero a apariencia de los demás, pero sabe que realmente es un tullido, que le faltan cachos de cuerpo por doquier.  

A veces es tan mosaico como los baldosines de todas las ciudades que ha pisado.


INDIS.

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