martes, 1 de febrero de 2011

La invasión rusa (o un punto y final).

"Lo sabía. Se había despertado con ese presentimiento. Un nudo en algún lugar de sus siete metros de intestino, un ligero temblor de ceja y una tremenda erección. Todo señalaba a hoy. 
Se levantó lanzando sus mantas al borde de la cama, se vistió y sin a penas desayunar, calzándose los zapatos en el ascensor, salió a la calle. 
Era demasiado pronto; aún no había clareado el día. 
Bo podía esperar más era el momento perfecto.
No aguantaba más. 
Anduvo por la avenida Papalaguinda sin a penas detenerse en los semáforos. San Marcos no lucía a esas horas; más bien se mantenía en una especie de bruma... El edificio de la Junta reflejaba en sus múltiples cristalinos las farolas de la calle, y daba la impresión de estar chispeando. Vio que la primera luz del alba comenzaba a vislumbrarse. Tenía que darse más prisa. Llegar en el momento justo... 
Aceleró el paso. Bajo sus pies, el asfalto sonaba a calles vacías, a tensión, a espera. Se pasó la mano por la  nuca; estaba sudando. El suave destello azul comenzaba a tornarse violeta.
Comenzó a correr, y le empezaba a sobrar ropa.
Se quitó la chaqueta y la lanzó encima de un coche amarillo que estaba aparcado, ignorando qué gran hito histórico estaba a punto de ocurrir...
Ya llegaba.
Atravesaba Espacio León.
Saltaba a las afueras de la ciudad.
Por aquí tenía que ser.
Sí.
Por aquí. 

Se mantuvo un rato expectante. Sabía que era un momento glorioso, y que estaba él sólo para luchar. Sabía que iba a ser un trabajo duro, pero estaba preparado para ello... 

Esperó.
Tensó sus cuádriceps.

Entonces, en el horizonte, apareció. Tras la naranja línea del amanecer, comenzaban a verse sombras acercándose. Al principio no se discernían bien los contornos, pero conforme se acercaban, se iban delineando. Eran contornos suaves, redondeados.
Sí, era la invasión rusa. Una auténtica revolución que traería a las calles de León un cambio radical en su forma de vivir. Abrió mucho los ojos. Eran muchas. Y para venir de aquellos parajes, venían con poca ropa...
Comenzó a ponerse nervioso... Se alegró de ser el primer batallón en recibir esta guerra. Se alegró de morir por la causa, por la patria... Una musiquilla animada suena de fondo. Serás todo un héroe, Luis.
Se alegró de recibir con los brazos abiertos la invasión de mujeres rusas; una auténtica revolución sexxuu...."

- Luis, ¿me estás escuchando? Te estaba preguntando si te parece bien que mi madre viniera con nosotros a mirar los sofás para el salón. Que no sé bien qué hacer, tampoco es que sea muy luminoso...¿Pero has hecho caso a algo de lo que te he dicho? Estás en la parra.

Tras días hablando de sofás, cuadros, encimeras y muebles de salón, Luis decide que no quiere hipotecar su futuro tan pronto. Que quiere, como poco, invadir parques noche sí, y lanzar piedras a los cristales noche también. Decidió que estaba harto de tener que inventarse telenovelas mentales para evadirse de los paseos por la calle Ancha mirando escaparates. Que se iba, y ni muebles, ni salón, ni encimeras, ni cuberterías. Que se emborracharia, y encontraría a alguien con quien invadir Rusia (como poco).

Miró por encima del hombro.
Rusia... no sonaba tan descabellado, pensándolo bien. Si no es ahora, ¿cuándo?
Indis







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